Hace veinte años me mudé a Hermosillo, la cual se convirtió en mi ciudad de refugio... Aún cuando estas ciudades fueron establecidas para los homicidas que hirieran de muerte a otro sin intención.
Vivir, el sólo vivir, accionar en este mundo, siempre fue extremadamente complicado para mí. Ahora me doy cuenta qué tan profundo fue el daño que se me produjo en mi niñez y adolescencia; hasta ese momento en que llegué a Hermosillo, pude comenzar a intentar vivir de acuerdo a ciertas reglas y normas que yo había intuído que eran convenientes, pero que por una cosa o por la otra, no había podido practicar.
Tenía una grande y poderosa motivación: mis hijos. Criarlos de manera que ellos no sufrieran de las carencias emocionales, psicológicas, mentales y espirituales con las que yo crecí; que pudieran crecer y desenvolverse en libertad y con dignidad. Que no se sintieran avergonzados de su madre, y no tuvieran nada qué ocultar, ningún "esqueleto en el clóset". Para mí, eso era importantísimo para su auto-estima.
No fue fácil para mí... Con muchos factores en contra, tuve que levantar la cabeza y comenzar casi desde cero, construyendo una nueva vida para mis hijitos, que eran inocentes de las faltas que su madre hubiera cometido.
Así que ahí estaba yo, joven aún, dispuesta a hacer un trato con el Señor: que no me permitiera emocionarme con ningún varón, que nadie me perturbara o inquietara, y que tuviera yo la oportunidad de dedicarme enteramente a mis hijos, sin distracciones, totalmente enfocada en ellos y en mi trabajo.
No te equivoques. No soy ningúna "heroína", ni soy nada fuera de serie. Sólo fui una mujer muy arrepentida de todos los errores cometidos en el pasado pidiéndole al Señor la oportunidad de un nuevo comienzo.
Y comenzó la aventura. Establecí rutinas y reglas, tratando de respetar los derechos de mis hijos, llegando a acuerdos con ellos, escuchándolos y entendiéndolos. Esto tampoco fue fácil; con mi hija no había problemas, pero los otros eran tres varoncitos creciendo bajo la sombra de dos mujeres con el carácter fuerte. Así que fue todo una proeza el guardar el equilibrio entre disciplina, acuerdos, amor, estira y afloja...
Yo solía orar por las noches, llorando y clamando al Señor por sabiduría, paciencia y mucho amor por mis hijos, para que yo pudiera ser la madre que ellos necesitaban.
Las recompensas comenzaron a cosecharse en varias formas. Una de ellas fue cuando mis dos hijos varones mayores entraron a la Secundaria donde yo trabajaba, y fueron mis alumnos durante dos años. Fue una etapa de lo mejor, muy bendecida, pues ahí fue donde me di cuenta que algo había hecho bien. Ellos eran extrovertidos, relajados, se divertían, y lo más hermoso: no se avergonzaban de mí, aunque yo fui su maestra durante dos años. Nunca se sintieron inseguros ni inhibidos conmigo, sino todo lo contrario. No les preocupaba si yo iba a los paseos con ellos, e incluso uno de ellos hasta me pidió que yo fuera a su asesora en segundo grado.
El Señor cuando da, da a manos llenas. No sólo me daba satisfacciones con mis hijos, sino que también me regaló el cariño de mis alumnos, y la oportunidad de ayudar a los padres de familia.
Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, los meses en años, y cuando menos lo pensé, mis hijos ya estaban grandes, se fueron casando mis hijos y me fueron dando nietos... y de pronto ya pasaron veinte años. ¿Cómo se fue el tiempo tan rápido? Mientras que estuvieron mis hijos conmigo fue fácil vivir el día a día, sin ocuparme del tiempo. Así fue como se me fueron veinte años de mi vida.
Ahora vivo sola. La aventura de criar a mis hijos llegó a su fin hace algunos años, y la desagradable sensación de soledad, que era fácil desechar mientras vivieron conmigo, ahora me acosa con frecuencia. De pronto me doy cuenta que ya no hay lugar para ciertos sueños o ilusiones que simplemente ya no se cristalizarán. Ahora hay que afrontar que frente a mí se despliegan no sé cuántos años más de soledad, y debo saber cómo los voy a vivir. Estoy en pleno proceso de aprendizaje y de adaptación.
¿Y qué me dejaron los últimos veinte años? Creo que esta pregunta se puede responder si la formulo de otra forma: ¿qué aporté a estos últimos veinte años? Porque a mí sólo me quedó la satisfacción de haber podido darme (yo misma) de tal manera que pude criar a mis hijos, y que resultaran una mujer y tres varones valiosos, valientes, esforzados, emprendedores, seguros de sí mismos, y capaces de ser felices. Aparte, los que tienen hijos son padres de lo mejor. Tal vez, y sólo tal vez, también pudiera ser que hubiera aportado algo a mis alumnos de todos esos años; pudiera ser que yo haya sido de bendición a cierta gente que me rodeó y con quien conviví durante estas dos décadas. Sólo Dios sabe.
Otra cosa que obtuve fue la enorme bendición de haber podido vivir en paz y feliz con mis hijos, concentrada en ellos tal y como se lo pedí al Señor, y que Él, como siempre fiel, me lo cumplió.
Ahora sólo le pido al Señor que ponga sus sueños y sus ilusiones en mí, y quite los míos propios, para poder continuar viviendo concentrada sólo en Él, sin nada que me distraiga ni me estorbe. Después de todo, como dice este foro, el caminar en Cristo es vivir [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].
Vivir, el sólo vivir, accionar en este mundo, siempre fue extremadamente complicado para mí. Ahora me doy cuenta qué tan profundo fue el daño que se me produjo en mi niñez y adolescencia; hasta ese momento en que llegué a Hermosillo, pude comenzar a intentar vivir de acuerdo a ciertas reglas y normas que yo había intuído que eran convenientes, pero que por una cosa o por la otra, no había podido practicar.
Tenía una grande y poderosa motivación: mis hijos. Criarlos de manera que ellos no sufrieran de las carencias emocionales, psicológicas, mentales y espirituales con las que yo crecí; que pudieran crecer y desenvolverse en libertad y con dignidad. Que no se sintieran avergonzados de su madre, y no tuvieran nada qué ocultar, ningún "esqueleto en el clóset". Para mí, eso era importantísimo para su auto-estima.
No fue fácil para mí... Con muchos factores en contra, tuve que levantar la cabeza y comenzar casi desde cero, construyendo una nueva vida para mis hijitos, que eran inocentes de las faltas que su madre hubiera cometido.
Así que ahí estaba yo, joven aún, dispuesta a hacer un trato con el Señor: que no me permitiera emocionarme con ningún varón, que nadie me perturbara o inquietara, y que tuviera yo la oportunidad de dedicarme enteramente a mis hijos, sin distracciones, totalmente enfocada en ellos y en mi trabajo.
No te equivoques. No soy ningúna "heroína", ni soy nada fuera de serie. Sólo fui una mujer muy arrepentida de todos los errores cometidos en el pasado pidiéndole al Señor la oportunidad de un nuevo comienzo.
Y comenzó la aventura. Establecí rutinas y reglas, tratando de respetar los derechos de mis hijos, llegando a acuerdos con ellos, escuchándolos y entendiéndolos. Esto tampoco fue fácil; con mi hija no había problemas, pero los otros eran tres varoncitos creciendo bajo la sombra de dos mujeres con el carácter fuerte. Así que fue todo una proeza el guardar el equilibrio entre disciplina, acuerdos, amor, estira y afloja...
Yo solía orar por las noches, llorando y clamando al Señor por sabiduría, paciencia y mucho amor por mis hijos, para que yo pudiera ser la madre que ellos necesitaban.
Las recompensas comenzaron a cosecharse en varias formas. Una de ellas fue cuando mis dos hijos varones mayores entraron a la Secundaria donde yo trabajaba, y fueron mis alumnos durante dos años. Fue una etapa de lo mejor, muy bendecida, pues ahí fue donde me di cuenta que algo había hecho bien. Ellos eran extrovertidos, relajados, se divertían, y lo más hermoso: no se avergonzaban de mí, aunque yo fui su maestra durante dos años. Nunca se sintieron inseguros ni inhibidos conmigo, sino todo lo contrario. No les preocupaba si yo iba a los paseos con ellos, e incluso uno de ellos hasta me pidió que yo fuera a su asesora en segundo grado.
El Señor cuando da, da a manos llenas. No sólo me daba satisfacciones con mis hijos, sino que también me regaló el cariño de mis alumnos, y la oportunidad de ayudar a los padres de familia.
Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses, los meses en años, y cuando menos lo pensé, mis hijos ya estaban grandes, se fueron casando mis hijos y me fueron dando nietos... y de pronto ya pasaron veinte años. ¿Cómo se fue el tiempo tan rápido? Mientras que estuvieron mis hijos conmigo fue fácil vivir el día a día, sin ocuparme del tiempo. Así fue como se me fueron veinte años de mi vida.
Ahora vivo sola. La aventura de criar a mis hijos llegó a su fin hace algunos años, y la desagradable sensación de soledad, que era fácil desechar mientras vivieron conmigo, ahora me acosa con frecuencia. De pronto me doy cuenta que ya no hay lugar para ciertos sueños o ilusiones que simplemente ya no se cristalizarán. Ahora hay que afrontar que frente a mí se despliegan no sé cuántos años más de soledad, y debo saber cómo los voy a vivir. Estoy en pleno proceso de aprendizaje y de adaptación.
¿Y qué me dejaron los últimos veinte años? Creo que esta pregunta se puede responder si la formulo de otra forma: ¿qué aporté a estos últimos veinte años? Porque a mí sólo me quedó la satisfacción de haber podido darme (yo misma) de tal manera que pude criar a mis hijos, y que resultaran una mujer y tres varones valiosos, valientes, esforzados, emprendedores, seguros de sí mismos, y capaces de ser felices. Aparte, los que tienen hijos son padres de lo mejor. Tal vez, y sólo tal vez, también pudiera ser que hubiera aportado algo a mis alumnos de todos esos años; pudiera ser que yo haya sido de bendición a cierta gente que me rodeó y con quien conviví durante estas dos décadas. Sólo Dios sabe.
Otra cosa que obtuve fue la enorme bendición de haber podido vivir en paz y feliz con mis hijos, concentrada en ellos tal y como se lo pedí al Señor, y que Él, como siempre fiel, me lo cumplió.
Ahora sólo le pido al Señor que ponga sus sueños y sus ilusiones en mí, y quite los míos propios, para poder continuar viviendo concentrada sólo en Él, sin nada que me distraiga ni me estorbe. Después de todo, como dice este foro, el caminar en Cristo es vivir [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo].