Plantando la Eternidad

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    TESTIMONIO DE CARLOS 'EL RABSACÉS'

    Carlos Resendiz
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    Mensaje por Carlos Resendiz Mar Ene 10, 2017 2:03 pm

    Me llamo Carlos Reséndiz y me dicen El Rabsacés, El Gerolán, El Güero o El Pollo. Nací en la Ciudad de México, en un hospital en Belem de las Flores, sobre la avenida Constituyentes.
    Nací con problemas auditivos, que los médicos decían que era Hipoacusia Bilateral, (Sordera).
    En los oídos me hicieron 13 operaciones y estuve yendo al hospital desde que nací hasta la edad de 12 años que fue la última intervención quirúrgica.
    Gracias a Dios siempre conté con el amor y el apoyo de mis padres y de mis abuelos maternos.
    Toda mi familia era inconversa.
    Había católicos, brujos, ateos, masones, testigos de Jehová, mormones, espiritualistas y hasta un satanista.
    Mi abuela materna es española, fue monja de las Carmelitas Descalzas hasta que conoció a mi abuelo y él la sacó del convento.
    Por lo que tuve de niño una educación basada en las creencias de las monjas, de manera que todo era rezar, ir con el sacerdote a ayudarle a la limpieza del templo, preparar galletas, glorificar a María con cantos y hacer penitencias de ayuno.
    Mi abuela nos enseñó a mis hermanos, a mis primos y a mí que debido a que ‘Jesucristo fracasó en su sacrificio en la cruz del calvario’, María tuvo qué intervenir para apoyar a su Hijo, por lo que la salvación venía por parte de ella.
    Muchas veces mi abuela me llegó a decir que podía yo escoger dos caminos para llegar al cielo: El que estaba lleno de espinas y de sufrimientos y que era el de Jesucristo, y el que estaba lleno de flores y que era de María.
    Me decía además que para llegar al cielo había qué andar mucho, mucho tiempo descalzo y según el camino que había yo escogido, podía caminar sobre espinas o sobre flores.
    Mi abuela tenía toda la casa llena de figuras de María y de Cristo, incluyendo santos, además de rosarios, amuletos y fetiches. Todo el tiempo la casa olía a copal y a incienso de iglesia católica.
    Son innumerables los rosarios que presencié que efectuaba mi abuela con gente que la seguía.
    Yo de niño siempre le tuve mucho miedo a las imágenes religiosas ya que pensaba que se podían mover y hasta hacerme daño.
    Mi mente infantil era muy despierta, era muy impresionable y estas cosas me daban pavor.
    Las veía como algo siniestro, hasta malévolo, confieso que les tenía mucho miedo y no quería quedarme solo en los cuartos que estaban llenos de esos iconos.
    Mi abuela me decía que no tenía qué temer, pero dentro de mí temblaba y hasta tenía pesadillas.
    Tuve una infancia triste, pero a la vez feliz. Triste porque en la escuela los niños al verme con mis gasas y mis telas adhesivas tapándome las orejas debido a mis operaciones y curaciones, me pegaban e incluso me llegaron a patear en la cabeza, al grado que dos veces tuve que ir al hospital.
    Los niños fueron muy crueles conmigo. No quiero recordar las humillaciones que sufrí en manos de tres chamacos que me hicieron la vida imposible.
    La situación se puso de tal manera que mi papá tuvo qué pagarle a un niño tres años más grande que yo para que fuera mi guardaespaldas.
    Ese niño se llamaba Raúl y le decíamos ‘El Niño Quemado’ porque tenía marcas y cicatrices de quemaduras en los brazos. Un día que uno de los que me hacían la vida imposible me estaba pateando, llegó él con un martillo y lo dejó inconsciente en el suelo en medio de un charco de sangre.
    Así pasó mi niñez. Yo era el consentido de mi abuela y de mis padres. Lo único que les disgustaba de mi era que yo nunca quise que me pusieran amuletos como cadenitas, ojos de venado, collares con motivos religiosos, escapularios, en fin, por los motivos que ya expliqué al principio. El miedo me vencía.
    Varias veces mi papá me cargó y caminó descalzo desde la colonia Lorenzo Boturini hasta la Basílica de Guadalupe para pedirle a la virgen que me hiciera el milagro de sanarme de los oídos y nada pasó.
    En la secundaria seguí mis estudios. Fui uno de los más aplicados y me encontré con niños fregones y molestones, pero mi papá ya sabía el remedio… Pagar a otro niño más grande y fuerte para que me protegiera.
    Nunca me gustó rezar, ni seguir todo lo que mi abuela decía, ya que pensaba que si había un Dios, entonces por qué ÉL permitía que me pegaran y me humillaran. Me volví rebelde.
    Al lado de la casa había un templo evangélico y los hermanos venían a la casa porque mi abuelo tenía una tienda grande y les surtía de refrescos, de carnes frías y de abarrotes.
    Me gustaba escuchar los himnos que cantaban ellos. Me deleitaba oyendo ‘Cuan Grande es ÉL’, ‘En la Cruz’, ‘La Senda Ancha Dejaré’, ‘Más Allá del Sol’, ‘Cómo Podré Estar Triste’, y muchos más.
    Para escucharlos lo mejor que podía, pegaba mi oreja izquierda a la pared, ya que mi cama daba a la pared que nos dividía del templo. Mi abuela se dio cuenta y me regañó. (Es el único regaño fuerte que me ha hecho ella en mi vida).
    Me dijo que no debía de escuchar los cantos de los protestantes ya que tenían el poder de condenar a las almas al infierno.
    Me habló tan mal de los evangélicos que logró convencerme que no eran buenos. Como entré a la preparatoria (El Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente) yo ya era ateo.
    En el CCH conocí la libertad de hacer lo que yo quisiera. Me ‘solté el pelo’, me uní a los porros de la UNAM. Cantábamos rock urbano y canciones de protesta, hacíamos paros, huelgas, estuve metido en la llamada ‘grilla’ y ahí conocí mi primera borrachera, tuve mi primera novia (Leticia) y todo me pareció un mundo maravilloso.
    Ahí aprendí a intimidar a la gente, a golpearla, y nos dedicábamos a pedir dinero (A botear) cantando con nuestros instrumentos musicales. Yo tocaba la guitarra.
    Ahí conocí a un muchacho cristiano que se hizo novio de una de mis primas y él fue el instrumento para que todos le entregaran su vida a Jesucristo, menos mi hermano Manuel y yo.
    (Por cierto, mis abuelos tenían pocos años de haber muerto).
    En aquella época, con el grupo de porros empecé a juntarme más y más con ellos. Conocí la marihuana, los hongos alucinógenos, el peyote, en fin, y me metí más y más en los libros de Carlos Castaneda y el chamanismo.
    El caso es que pasó el tiempo y mis valores morales cayeron grandemente, al grado de convertirme en la oveja negra de la familia.
    Era rockero, me volví satánico y conocí muchas cosas del satanismo que en otra ocasión contaré.
    Formé mi pandilla, andábamos vestidos con ropas de cuero, en nuestras motos y asaltábamos gente y negocios, extorsionábamos, golpeamos a muchas personas.
    En ese tiempo fue cuando busqué por cielo, mar y tierra con mi pandilla a los que de niño a mí me hicieron daño para matarlos pero nunca los pude encontrar.
    La pandilla tenía ordenes mías de matar a los familiares de mis agresores y violar a las mujeres, pero gracias a Dios que jamás los encontré.
    Pero yo quería tener el privilegio de matar a sangre fría a todos los que me hicieron una niñez desgraciada.
    Nunca los hallé. Eso me salvó de ser un asesino. En mi vida hice de todo, y solo tres cosas jamás he cometido: Asesinar a alguien, violar a mujeres inocentes o menores y hacer cosas gay.
    Hubo una prostituta que llegó a mantenerme. Cuando me cansé de ella se la dejé a uno de la pandilla.
    Cuando una chica quería formar parte de la pandilla tenía qué acostarse con todos nosotros y al final se convertía en la ‘querida’ de alguno, o andaba por temporadas con uno y con otro.
    Llevaba una doble vida. En las mañanas estudiaba en el CCH y en las tardes-noches andaba yo con la pandilla. Conocí la cárcel y varias veces me salvé de milagro en las balaceras.
    Para eso ya hacía mis primeros pininos en una editorial haciendo artículos y argumentos para revistas. Con el dinero que gané me compré un coche nuevo que le regalé a mi papá y uno usado que era el que yo usaba.
    En una ocasión, llegó un siervo del Señor a la editorial. Se trataba de Adrián Calderón, un dibujante que me dio las Buenas Nuevas.
    Yo me burlé de él, lo humillé, pero Adrián oró mucho por mí y durante un largo año intercedió por mí en oración, a la vez que me regalaba discos de testimonios de ex pandilleros y ex satanistas, los cuales tiraba yo en un cajón de mi escritorio. (Tenía una pequeña oficina en la editorial).
    En la editorial era yo el ayudante del director de una revista popular de chicas en bikini llamada ‘Bueníssima’.
    Además de editar la revista, coordinaba las sesiones fotográficas de las chicas modelos.
    Infinidad de veces las vi desnudas y tuve relaciones sexuales con muchas de ellas. Pues hasta allá me fue a buscar Adrián para decirme que ‘Cristo me ama’.
    Una mañana, desperté asqueado de mi vida. Algo me estaba pasando y me fui sin desayunar a la editorial. Estando en mi oficina sentía que la cabeza me daba vueltas.
    Le dije a la secretaria de mi jefe que nadie me molestara porque iba a hacer una llamada telefónica a un proveedor de papel.
    Estando solo, empecé a llorar. Estaba muy desconcertado porque no había llorado desde que era yo un niño. No sabía ni por qué me brotaban las lágrimas y tenía coraje conmigo mismo por lo que consideré una debilidad de mi parte.
    En mi mente resonaban las palabras ‘Cristo me ama’, ‘Cristo me ama’. Yo decía de groserías en mis pensamientos y decía que Cristo no podía amarme debido a que yo hice tantas cosas malas.
    De pronto sentí la necesidad de abrir el cajón de mi escritorio y vi el Nuevo Testamento que Adrián me había dado hace meses y que yo había aventado al interior del cajón como si fuera cualquier cosa.
    Lo empecé a hojear. Hubo una frase que me dejó helado: ‘El que a mí viene, no le echo fuera’.
    Dejé el Nuevo Testamento a un lado y volví a llorar. Estaba consciente de que no podía ser perdonado ya que hice tantas cosas tan malas. Mi mente era un caos y sentía cómo mis manos temblaban un poco.
    Mi mirada quedó fija en el interior del cajón abierto y vi un disco que en su caja decía ‘Testimonio de un ex Pandillero’.
    Lo saqué y lo puse en mi reproductor. Era la historia de un niño que fue obligado a trabajar desde pequeño y como no encontraba empleo se dedicaba a robar monederos en los mercados.
    Luego fue atraído por la banda de ‘Los Panchitos’ y creció siendo uno de los pandilleros más temidos de su colonia y de otras aledañas.
    Cada vez estaba yo más sorprendido, ya que mucho de lo que el hermano contó, era casi tal y como me pasó a mí en mi vida, e incluso el ambiente de la pandilla, lo que se hace, como se siente uno después de una tarde de drogas y sexo, la soledad tan grande que lo embarga a uno y los sentimientos de suicidio.
    Yo me sentí enojado porque pensé que Adrián Calderón me había estado espiando y le contó mi vida al ex pandillero para relatarla en el CD.
    Pero me fui metiendo más y más en el testimonio. No entiendo cómo pasó ni los detalles de cómo ocurrieron las cosas, pero pronto me vi de rodillas con la cabeza en el suelo, humillado ante Jesucristo y llorando.
    Dejé el suelo húmedo con mis lágrimas a la vez que le pedí perdón muchas veces. Estaba totalmente asqueado de la vida que había estado llevando y ahí, solo, con la compañía únicamente del Señor, le entregué mi vida.
    Cuando salí de la oficina, la secretaria estaba muy extrañada. Posteriormente me contó que me vio algo muy especial en el rostro.
    Yo me sentí por primera vez en mi vida, limpio, una alegría muy grande me desbordaba y miré al mundo de otra manera. Los colores se me hacían más brillantes y lo que hice fue buscar a Adrián.
    Cuando escuchó mi testimonio, nuestro hermano se puso a llorar. No cabía de felicidad. Me llevó al templo Gethsemaní donde le dimos gracias a Dios y me puso en las manos del pastor Enrique Castillo Sánchez.
    Dejé la pandilla, dejé todo por mi Señor, renuncié al trabajo secular para ya no hacer la revista de chicas.
    Actualmente tres chicos y dos chicas de la pandilla le han entregado su vida a Jesucristo. Otros ya murieron y dos más están en la penitenciaría. De las chicas que no quisieron recibir al Señor, dos fallecieron y las otras son prostitutas.
    Terminé el CCH y entré a la UNAM, a la Facultad de Filosofía y Letras. Además estudié por las tardes en el Instituto Bíblico Mexicano y después perfeccioné mis estudios en el Instituto Juan Calvino.
    Soy copastor en la misión que llevamos el hermano Guillermo Esquivel y yo, y soy el pastor de los jóvenes.
    Los sábados y domingos doy clases en la Iglesia, de Hermenéutica, Apologética, Escatología y Homilética.
    Toda mi familia es cristiana menos mi hermano Manuel, quien es maestro de gimnasia olímpica, tiene su gimnasio el que atiende con sus hijos y además es disc jockey.
    Ahora estoy a punto de terminar la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas. Me faltan dos meses para terminar mi carrera y a principios del año que viene hago mi examen profesional.
    La UNAM me ha dado chamba de investigador y realizo trabajos para la Máxima Casa de Estudios, así como hago artículos, reportajes e investigaciones para una Editorial secular.
    Actualmente trabajo y procuro dedicar tiempo de calidad a la bendita Iglesia donde me han recibido con los brazos abiertos y con mucho cariño.
    Alabo y glorifico a nuestro Señor porque me han permitido compartir éste laaaaargo testimonio que espero que no se hayan aburrido mucho todos ustedes, mis hermanos amados de Plantando la Eternidad.

    Que Dios les bendiga…

    Graciela
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    Mensaje por Graciela Mar Ene 10, 2017 3:26 pm

    ¡¡¿Aburrirme?!! ¡Me gocé leyéndolo, y aún quisiera saber más!

    Me he quedado sin palabras, Carlos... Es parte donde dices que "viste los colores más brillantes" me provocó lágrimas de alegría, pues es exactamente lo mismo que yo sentí al instante siguiente de haberme entregado al Señor ¡las flores, el sol, los colores! Era como haber vivido hasta ese momento en un mundo blanco y negro, y no me daba cuenta...

    Dices que tienes 26 años ¡cuánta cosa en tan pocos años! Y tantos estudios, tanta preparación... Me has dejado boquiabierta :D

    Muchísimas gracias por compartir parte de tu testimonio con nosotros; me imagino que quedaron muchas cosas sin decir, sobre todo lo que ha sido tu caminar en Cristo, tus luchas, las pruebas, los éxitos y los fracasos... Pero seguramente que todo eso lo conoceremos conforme pase el tiempo.

    ¡Saludos y muchas bendiciones!
    Carlos Resendiz
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    Mensaje por Carlos Resendiz Mar Ene 10, 2017 4:19 pm

    Así es, mi hermanita Graciela.

    Ese testimonio lo escribí hace pocos años, cuando me faltaba muy poco para recibirme en mi carrera.
    No quise alterarlo para nada, para conservarlo tal como salió de mi teclado. En la actualidad ya terminé mi carrera y sigo trabajando como investigador en la UNAM y en una editorial haciendo cosas interesantes que ya te platicaré.
    Claro que hay más cosas qué contar, y lo haré en éstos días.
    Espera la segunda y hasta la tercera parte de mis experiencias con el Señor.
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    Mensaje por Graciela Mar Ene 10, 2017 4:28 pm

    Es un testimonio muy fuerte, Carlos, y seguramente que será de gran bendición a otros usuarios, de igual manera que lo fue para ti el de aquel ex-pandillero...
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    Mensaje por Invitado Mar Ene 10, 2017 10:09 pm

    ¡Gloria a Dios!

    Siempre que leo, veo o escucho el testimonio de un hermano o hermana en Cristo, no puedo callar esa hermosa frase...

    Y es que siempre hay algo con lo que todos nos identificamos: Es esa Divina mirada compasiva y llena de amor desde el cielo que no podíamos advertir por que teníamos velados los ojos con el pecado, pero que es persistente, incansable y paciente.

    Doy gracias a Dios por tu vida hermano Carlos y también me gozo en cada acto de amor de Dios en ella, por que solo Él fue capaz de sacarnos del cieno donde estábamos atrapados; como escribió el salmista (Salmos 40:2).

    Dios te siga guardando y prosperando.

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