1 Corintios 10:13 escribió:No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.
Él posee una camioneta Ram doble cabina de Diesel, que hace un ruido semejante al camión de la basura y por lo mismo que está tan grande, con frecuencia él o su esposa me piden mi carro prestado; mi otro hijo y su esposa, que viven enseguida, también ocupan a veces que les lleve a diferentes lugares. Ellos no lo manejan, pero me piden a mí el favor. De manera que con el tiempo, este carrito casi se ha convertido en el carro de la comunidad. A veces, cuando quiero salir, me encuentro con que las llaves están en casa de mi hijo el carrocero; entonces cruzo la calle, en ocasiones muy apurada porque esos minutitos son valiosos cuando ya salgo un poco tarde, a tocar la puerta para pedirlas de regreso.
Por lo general, cuando mi hijo tiene que ir lejos, me pregunta si voy a ocupar mi carro. Cuando va aquí cerquita, a veces solamente se va sin decirme (cuando él tiene las llaves), porque sabe que volverá en unos minutos.
Planteada toda la panorámica, procedo al relato del suceso que motivó este tema. Esto comenzó porque se programó para el martes de la semana antepasada una Confraternidad de Damas en otra iglesia de la ciudad. Nuestra Iglesia se encuentra muy cerca de mi casa, y la mayoría de las hermanas que viven en los alrededores no tienen carro, por lo que para poder asistir a bajo costo dependen de mi carro y del de otra hermanita que vive también por este rumbo. A algunas de ellas les da pena pedir el favor de que las lleven, por lo cual resulta muy penoso para mí el enterarme de que no asistió alguna por ese motivo. Entonces, para prevenir esa situación tan lamentable, desde dos días antes estuve haciendo la convocatoria en nuestro grupo de whatsapp y por otros medios, para que las que no tuvieran carro se apuntaran y así saber si íbamos a caber todas en los dos carros. Entre todos los arreglos, quedamos de ir por una hermana que vive más lejos, y también arriesgarnos a llegar un poco tarde por esperar a que mi otro hijo regresara del trabajo para que mi nuera pudiera dejarle al niño; y aparte esperar a otra hermana que apenas llegaría del trabajo y quería darse un baño rápido antes de irnos. Si ya has intentado hacer este tipo de arreglos, entusiasmar a la gente, organizar el viaje, y asegurarte de que todo mundo esté enterado, te imaginarás los apuros que estaba pasando. Pero gracias al Señor, ya estando todas informadas, anotadas y bien dispuestas, llegó el martes en la tarde, me comencé a arreglar con tiempo suficiente, y ya lista, me puse mis lentes, tomé mi bolsa y busqué las llaves del carro... No estaban. Bueno, no era tarde, así que salí por el patio a pedirle las llaves a mi hijo. Como no lo vi aquí, asumí que estaba en su casa, así que crucé la calle para tocar la puerta. En eso vi que el ayudante entró al patio y le pregunté si veía las llaves del carro allí colgadas (porque a veces ahí las dejan); me dijo que no, y mientras yo seguí tocando la puerta, preguntándome si hubiera sido mejor mandarle un mensaje de whatsapp antes para que ya me tuvieran listas las llaves.
No me abría nadie, qué raro... En eso me dice el ayudante: "No está el Honda, se acaban de ir hace media hora"... ¡Sí, esta cara puse! ¡Ahora sí que ya se me estaba haciendo tarde! Tenía que ir por la hermanita que vive más lejos, y luego regresar por mi nuera (que aún no estaba lista), luego irme a la casa de la otra hermana que vive cerca de la Iglesia donde se iban a reunir las demás, y de ahí todavía pasar por otras dos hermanas que me esperarían para recogerlas de pasada. ¡Estaba más que sorprendida, ofuscada y desconcertada! Lo primero fue tomar el celular y marcarle a mi hijo, deseando en mi corazón que estuvieran aquí cerca o ya casi llegando, para que los planes no se vinieran abajo estrepitosamente. Pero no, cuando me contestó me dijo que estaban en el sur de la ciudad, y según lo que me respondió, inferí que todavía no se desocupaba; aunque me aseguró que se vendría lo más rápido posible en cuanto pudiera, supe que no estaría de regreso antes de media hora. ¿Qué iba a hacer? Luchaba contra la impotencia y la desesperación que sentía en ese momento. Piensa, piensa... Decidí pedirle a la hermanita del otro carro que si podía pasar por la otra hermana, debido a la situación que se me estaba presentando.
Me metí a mi casa a sentarme en la cocina, esforzándome en encontrar una solución al problema, y al mismo tiempo tratando de calmarme y de no reaccionar mal. Traté de mantener controlado el disgusto, pero al mismo tiempo sentía la presión del tiempo ¡las hermanas me estaban esperando! Entonces tomé el teléfono, y me puse a hacer llamadas para arreglar que la otra hermanita con carro pasara por aquélla que vivía más lejos, porque yo me iría a la casa donde nos reuniríamos para ver si las demás nos íbamos en taxi o de plano no íbamos.
Al fin la hermana del otro carro, un poco desconcertada por el imprevisto, accedió a pasar por la hermana, y mientras arreglé con la otra hermana que, en vez de vernos en aquella casa, mejor nos viéramos en un lugar más transitado, para ver si podíamos irnos en taxi. Entonces llamé a la hermana de la casa donde nos reuniríamos para pedirle que se fuera para allá, y mientras yo me quedé esperando a que llegara mi hijo.
Ya que llegó, salimos mi nuera y yo caminando para reunirnos con las demás, y yo todavía estaba recibiendo llamadas de las otras hermanas que se preguntaban por qué tan tarde y no llegábamos por ellas. Tratando de explicarle a mi nuera todo lo que había pasado, y recibiendo llamadas, agarré aire para calmarme, y cuando al fin quedó todo explicado, y con todas las hermanas caminando hacia el lugar de reunión, pude respirar hondo y reírme de lo que había pasado. Aún así, iba un poco indignada por el apuro en el que indebidamente estaba, teniendo yo mi propio carro. Caminando y platicando con mi nuera, consciente de la incomodiad por mis zapatillas muy adecuadas cuando pensé que saldría en carro de mi casa, pero inadecuadas para caminar un trecho largo, trataba de relajarme y de entregarle todo al Señor, sabiendo lo que tenía que hacer en Cristo, y según yo haciéndolo... pero en realidad sin hacerlo.
Nos reunimos con las hermanas, y en eso me llama mi hijo diciéndome: "Aquí vengo, las puedo ver, me daré la vuelta para recogerte, me llevas a la casa y ya te regresas con el carro". Bueno, honestamente no supe si eso fue un alivio o fue un inconveniente más, puesto que ya estábamos listas para parar un taxi e irnos, y lo otro representaba más inversión de tiempo.
No tuve más opción que aceptar la propuesta de mi hijo, pues lo vi que ya estaba dando vuelta en el retorno. No me sentía ni enojada ni violenta; pero me subí al carro y vi la actitud tan relajada de mi hijo, no pude evitar decirle, calmada y sonriendo pero con ánimo de puntualizar el abuso: "Qué buena te la aventaste". "Sí -me dijo él- ¡de terror!". Tuve la intención de agregar algo más, pero en eso mi nietecito de tres años que venía en el asiento de atrás, me dijo con su mocho hablar: "Venimos en tu Honda, aíta". Y mi hijo le respondió soltando la carcajada: "¡No le eches más leña al fuego, mijito, estás viendo...!" Y no pude resistir la risa yo también. En ese momento llegamos a la casa, me puse al volante, pasé por las hermanas y nos fuimos a la confraternidad.
Fue hasta que ya iba al volante rumbo a la Confraternidad con todas mis hermanas (tarde, pero ya íbamos), que caí en cuenta que había reprobado la prueba.
En el trayecto, en mi mente me puse a cuentas con el Señor, y Él me dijo "tienes que relatar todo esto". Sé que al llegar a la Iglesia el Señor había tomado control de mi situación, porque ya no me preocupó llegar tarde (estaban en la oración de bienvenida), siendo que habíamos estado listas con tanto tiempo de anticipación.
¿Y por qué digo que fue una prueba reprobada?
- Porque cuando me enteré de que no estaban las llaves del Honda, en lugar de orar, dejé que la molestia manejara la situación; me puse a rezongar light (o sea, no a voz en cuello ni con insultos), e inmediatamente llamé a mi hijo, sin antes haber puesto en las manos del Señor la llamada.
- Cuando me enteré de que mi hijo andaba muy lejos, dejé que la desesperación guiara el tono de mis respuestas. En lugar de orar, me puse a reclamarle light a mi hijo (sin gritos ni insultos).
- En un momento dado, en ese pequeño espacio de tiempo, tomé aire, me llevé la mano a la cara y dije: "Ay, Dios mío, ayúdame". Ésa fue toda la oración que hice.
- Inmediatamente después me dejé llevar por la frustración de ver que se me hacía tarde, y por la impotencia de no poder cumplir con el compromiso que hice con las hermanas.
- Intenté con mediano éxito no enojarme al darme cuenta que no contaba con MI carro en el momento en que yo lo necesitaba.
- Me daba cuenta de que mi hijo no había hecho eso a propósito, de que él humanamente no podía hacer más que intentar venirse lo más rápido que pudiera en cuanto se desocupara (ese "en cuanto se desocupara" me estaba matando); por eso es que luchaba para no enojarme con él... pero sin orar.
- Mi mente estaba totalmente enfocada en ver cómo salir del apuro; dejé que la premura del tiempo tomara el control, en lugar de dejar que el Señor tomara control del tiempo.
- Cuando me reuní con mi nuera, que comenzamos a caminar hacia afuera del fraccionamiento, que yo intentaba platicarle entre risas a mi nuera (intentando no mostrar lo molesta que había estado), y que comencé a recibir llamadas interrumpiéndome, pude percibir que no habían desaparecido ni la molestia, ni la frustración, ni la impotencia, ni la indignación que me habían acompañado desde que comenzó el proceso.
- Cuando todo estuvo arreglado para irnos en taxi, aún la incomodidad que me producían mis zapatillas era un recordatorio de que me lastimaban porque no pensaba irme caminando tres cuadras a ningún lado, sino salir del fraccionamiento en carro. La indignación pugnaba por aparecer, y yo luchaba por esconderla. No oraba para que desapareciera, me limité a sonreír y fingir que ya había superado todo, tratando de ocultarla.
- Cuando saludé a las hermanas, todas riéndose, yo sentí falsa mi sonrisa, pues estaba muy consciente de que aquellos sentimientos negativos me habían dominado, y aún seguían presentes, aunque contenidos. Luché contra el impulso de soltarme hablando mal de mi hijo.
- Al subirme al carro, fui consciente de que aún estaba indignada, por el comentario que le hice a mi hijo; yo quería dar la impresión de que estaba enfrentando todo con mucho cristianismo, pero la intención con la que se lo dije fue para hacerlo sentir mal, indignada por lo que yo consideré una actitud demasiado relajada. Quise que le cayera todo el peso de la responsabilidad.
Durante todo el proceso, no pequé contra nadie en realidad; por fuera me comporté muy asertivamente, calmada, no grité, no insulté, no entré en pánico, respiré profundo cuando era necesario. Pero todo lo que hice fue echar mano de artimañas de la carne, y dio resultado. Di apariencia de piedad y de dominio propio; pero solamente el Señor y yo sabíamos que por dentro, estaba reprobando la prueba. En ningún momento sentí paz, ni tampoco me detuve a pensar: "¡Qué buena oportunidad para mostrar a Jesucristo!". Podré haber engañado al ayudante de mi hijo, a mi nuera, a mi propio hijo y a mis hermanas... Pero no al Señor, ni a mí misma.
¿Qué aprendí de esta experiencia? Algo que ya sabía, pero como pueden notar, me es extremadamente difícil practicar: que en cuanto una situación comienza a salirse de control, en vez de dejarme vencer por el apremio, aunque parezca ilógico tomarse unos minutos extra cuando justo lo que no tengo es tiempo, debo arrodillarme y concentrarme en el hermoso rostro del Señor, para entregarle la situación, y pedirle que me permita dejarle a Él el control de todo.
Los hijos de Dios debemos siempre caminar nuestra vida con un pie adelante y otro atrás, como
Efesios 6:11 escribió:Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.