Romanos 2:13 escribió: porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados.
En aquel entonces yo misma mecanografiaba los exámenes en un stencil
usando una máquina de escribir que no era eléctrica
para luego imprimirlos en el mimeógrafo.
Este procedimiento tenía un pequeño inconveniente: que si me equivocaba, la forma de borrar era utilizando un "corrector", que era un líquido (tipo pintura de uñas) que "tapaba" la perforación hecha con la máquina en el stencil
lo cual era engorroso, porque tenía que esperarme un ratito a que se secara para poder mecanografiar encima del "parche".
Como el Señor siempre ha puesto en mí la conciencia del ahorro de papel, cuando los exámenes eran parciales, procuraba que quedaran cuatro o cinco exámenes en el mismo stencil. Yo les llamaba los "mini-exámenes".
En aquel entonces la copiadera no era un problema que me inquietara, por lo que los dos, tres, cuatro o cinco exámenes que quedaran en el stencil, todos los hacía iguales. Por lo general eran exámenes de correlación
o de opción múltiple
El examen que estaba mecanografiando en aquel momento era un examen de correlación de columnas.
Cuando estaba mecanografiando el segundo examen, me di cuenta que la columna de las respuestas no era exactamente igual que la del primer examen: sólo la primera respuesta (la número 1) era igual, pero de la 2 en adelante (y ya llevaba como cinco) me había brincado una respuesta, así que no coincidían. Para que fueran idénticos era cosa de borrar tres o cuatro respuestas ¡qué engorro! Entonces decidí escribir la respuesta 2 del primer examen (que fue la que me brinqué) a lo último, es decir, en el número 10.
Y cuando comencé a mecanografiar el tercer examen (cupieron tres en ese stencil), decidí realizar el mismo procedimiento: sólo la número 1 coincidía con los dos primeros exámenes, y a partir del número 2, desordené las siguientes respuestas.
No lo hice con segundas o terceras intenciones; sólo comenzó porque me negué a invertir tiempo en borrar el error que había cometido.
Luego de terminado el stencil, me di a la tarea de imprimir los exámenes, y enseguida a recortar las hojas en tres partes. Hice los bultos de exámenes por grupo, y al día siguiente los apliqué a los alumnos.
Cuando volví a casa con los exámenes contestados, comencé a revisarlos. Cuando llevaba unos pocos del primer grupo, me percaté de un fenómeno muy curioso: había varios exámenes que tenían 1 de calificación, pues sólo estaba correcta la primera respuesta. De momento no atiné a encontrar la causa de esta coincidencia tan extraña, hasta que recordé el pequeño incidente del error en las respuestas, y cómo los tres exámenes habían quedado con claves diferentes.
Ah, deduje entonces que los alumnos habían copiado creyendo que, como siempre, los exámenes eran iguales. Me sorprendí de la agudeza de estos jóvenes, pues yo procuraba vigilarlos estrechamente para prevenir que copiaran; y he aquí que un buen número de alumnos de este grupo habían copiado sin que yo me diera cuenta, pero ellos tampoco se percataron de que yo los descubriría tan fácilmente. En el resto de los grupos sólo encontré uno o dos exámenes con el mismo resultado. ¿Conclusión? Era en ese grupo donde hubo cinco o seis exámenes con 1 de calificación donde se había dado el mayor índice de copiadera. ¿Pero cómo? me pregunté yo.
Entonces al llegar al día siguiente con ese grupo en particular, antes de entregarles los exámenes, y habiendo separado previamente los del 1 de calificación, les pedí que se fueran poniendo de pie mientras que yo mencionaba los nombres de los dueños. Todos los que se fueron parando quedaron alrededor de una de las mejores estudiantes del grupo. Misterio resuelto.
Entonces les dije: "Todos ustedes le copiaron a esta joven". La jovencita sólo bajó la mirada avergonzada por haber sido sorprendida, pero los otros tuvieron la desfachatez de negarlo y hasta hacerse los ofendidos. Ellos aún ignoraban cómo es que yo los había descubierto. Entre los copiones estaba la hija de una de las secretarias de la Escuela.
Después de intercambiar comentarios y argumentos y de repetidas e insistentes protestas de ellos, y por supuesto después de haberles informado cómo es que los descubrí, no les quedó más remedio que aceptarlo, no sin antes pasar por la vergüenza de haber mantenido abiertos los ojos y la boca volteando alrededor, en un intento de convencer al resto del grupo de que ellos eran inocentes, y yo era una maestra prepotente que los estaba calumniando. Y también luego de que la joven estudiante reconociera que sí les había permitido copiar de su propio examen, en el cual ella sacó 10.
Entonces mi veredicto fue que les iba a quitar ese único punto que habían obtenido, porque ni ése les correspondía; les avisé que tenían cero en ese examen parcial, y además, les ordené que escribieran en su examen un recado a sus papás reconociendo que habían copiado, y que ni siquiera habían verificado que las respuestas coincidieran con las preguntas.
Todos los padres firmaron de conformidad, y tuvieron la decencia de no acudir a hablar conmigo. Todos excepto la secretaria. Esta joven mujer tuvo el atrevimiento de abordarme en la primera oportunidad que tuvo cuando me vio en la Dirección de la Escuela, para reclamarme por qué había puesto en vergüenza a su hija, y que además era injusto que le pusiera cero; reclamaba el 1 de calificación de su hija, y ¿cuál era su argumento? ¡Que todos lo hacían, que no era justo que la agarrara contra su hija nomás! No pude convencerla; se rindió bajo protesta contra el cero de su hija porque "después de todo yo era la maestra y podía hacer lo que me viniera en gana".
Esta misma mujer, pocos años después, se unió a la queja de las demás secretarias cuando el gobierno comenzó a aumentar el sueldo de los maestros, y no el de las secretarias. Solicitaba ayuda de los demás compañeros docentes para que apoyáramos sus demandas como personal de apoyo, en contra de las arbitrariedades de los sindicaleros y de las autoridades de la SEC.
Esta misma mujer, que no fue capaz de enseñar a su hija un mínimo concepto de la responsabilidad, exigía y sigue exigiendo que el resto del mundo cumpla con sus responsabilidades ante ella como trabajadora.
Estoy leyendo un libro llamado "¿Qué hace a un hombre ser un hombre?" Y ahí leí esta frase:
Y yo le agregaría "...y en cirujanos cardiólogos"....los estudiantes de la escuela secundaria que engañan en los exámenes se convierten en mecánicos de aviones de pasajeros que falsifican informes de mantenimiento.
En otra ocasión tuve un alumno que comenzó a faltar un día, dos, tres... Como a la semana llegó el justificante de Trabajo Social: El niño tenía hepatitis. En todos esos días, y las semanas siguientes, la madre no se presentó a la Escuela, y por supuesto tampoco el niño, que estuvo ausente como dos meses o algo así. Durante la ausencia del niño, llegó el momento de cerrar el bimestre, llegaron los exámenes y las últimas revisiones de tareas, y el niño quedó con sólo unas cuantas tareas mal presentadas, y con una calificación reprobatoria en el único examen parcial que había alcanzado a presentar antes de enfermarse.
Yo, cumpliendo con la normatividad, calculé su promedio sin tomar en cuenta sus inasistencias, pues estaban justificadas. Pero aún así obtuvo calificación reprobatoria, pues no se pudo lograr mucho de lo poco que tenía.
En cuanto di a conocer las calificaciones antes de la entrega de boletas, ahora sí la madre se dio su tiempo para venir a exigirme que aprobara a su hijo, considerando que no había faltado por flojera sino por enfermedad. Por más que le explicaba a la mujer que no le había bajado calificación por las inasistencias, sino precisamente por el pobre desempeño del niño en los pocos días que asistió del bimestre, la señora no se daba por vencida, e insistía en que yo le pusiera aunque fuera un 6 a su hijo; "¿un seis aunque no se lo merezca?" le pregunté. "Sí -contestaba ella-, con tal de que no lleve ninguna reprobada en la boleta, porque no es justo".
Entonces le pregunté a la señora: "Si usted fuera a ser operada del corazón, ¿admitiría que la operara un cirujano que usted supiera que obtuvo sus calificaciones aprobatorias únicamente porque su madre presionó a los maestros, aunque no hubiera aprendido nada porque la mayoría del tiempo se la pasó enfermo?" Su cara de petrificó... Sin embargo, se rehizo y todavía me dijo en un fútil intento de lograr su objetivo aún: "¡Pero maestra, él no está estudiando para cirujano!" "Sí, le dije yo. Pero igual no aprendió nada durante todo el bimestre, porque aunque podía haber realizado algunas tareas en casa para no atrasarse, usted nunca se presentó ni conmigo ni con otros maestros para al menos llevarle algo de trabajo a casa a su hijo". No sé si al fin la pude convencer, pero finalmente se fue porque yo, definitivamente, estaba decidida a no regalar ni un punto ni a ese niño, ni a ninguno (ni siquiera a mis hijos, y fui profesora de los tres varones por dos años... @Carlos Benítez fue uno de ellos ).
Han pasado veinte años desde entonces, y hoy en día veo con tristeza que las cosas no han mejorado sino al contrario. En el mismo libro podemos leer:
Legiones de jóvenes llenan solicitudes de empleo declarando calificaciones que no tienen para hacerse de trabajos para los que no están capacitados.
¿Y dónde está el doble discurso?
Que al mismo tiempo vemos a legiones de adultos padres de familia de esos estudiantes:
- Protestando contra el gobierno.
- Quejándose del mal servicio de las instituciones médicas.
- Señalando actos de corrupción de los políticos y autoridades gubernamentales.
- Haciendo marchas contra la impunidad con funcionarios como los de la Guardería ABC, por ejemplo.
Y la lista puede ser interminable.