Dejar de congregarse, o cambiarse de Iglesia por algo que no nos gustó.
Desde niña había aborrecido el hígado encebollado; la sola vista me producía náuseas, y era todo un martirio que mi mamá me obligara a comerlo.
Al comenzar mis estudios universitarios, hube de mudarme a Hermosillo y me hospedé en una casa de asistencia donde la dueña tomaba ese servicio como todo un buen negocio; nos medía la comida a tal grado que sólo nos daba lo suficiente para no morir de inanición. Honestamente yo no era muy buena para comer, así que las primeras semanas no caí en cuenta de las frugales porciones de comida que recibíamos mis compañeros y yo.
Después de un tiempo nos dimos cuenta que inadvertidamente todas nuestras pláticas siempre giraban en torno a la comida... síntoma inequívoco de hambre crónica.
Pero cuando de plano nos percatamos de la magnitud del problema fue un día en que la señora de la casa le dejó la olla de comida encargada a uno de mis amigos, advirtiéndole que como no estaría ella, que nos cuidáramos de comer sólo la porción que nos tocaba. Obedientemente nos servimos la pequeña porción que ella nos hubiera dado; pero una vez que terminamos, decidimos comernos también la porción de cada uno de los demás que tampoco estarían. Después de unos tres o cuatro platos de comida, decidimos que ya era suficiente, y muy dispuestos a afrontar las consecuencias de haber dado cuenta de más de la mitad de la comida de la olla.
La sensación de saciedad de ese momento bien valía la pena cualquier riesgo que hubiéramos corrido... Hasta sueño nos dio
El siguiente fin de semana cuando estuve en mi casa, le platiqué a mi mamá la anécdota riéndome todavía. Pero en eso, mi mamá se detuvo de lo que estaba haciendo para voltear a preguntarme sorprendida: "¿Qué comiste quééééé...??" Confundida le respondí: "Hígado encebollado..." Y abriendo tremendos ojos me dijo: "¡Pero si a ti no te gusta el hígado encebollado!!!" Y hasta ese momento caí en cuenta de que había comido hasta saciarme de una comida que siempre me había hecho vomitar.
Entonces entendí lo que es el hambre crónica; esa hambre que no te produce gruñidero de tripas, que no la percibes sólo en el estómago sino con cada célula de tu cuerpo y de tu mente. Esa hambre que cambia totalmente tu esquema mental a tal grado de que "olvidas" tus preferencias y gustos para sólo consumir todo aquello que sea comible.
¿Y a qué voy con todo esto? ¿Qué relación tiene con el título?
Bueno, el hijo de Dios debe alimentarse periódicamente de la Palabra de Dios, la cual es literalmente el alimento para mantener sano y bien nutrido nuestro espíritu.
Aquí podemos ver que literalmente el Señor compara su Palabra con un bocado delicioso, dulce como la miel.Ezequiel 3:1-4 escribió:Me dijo: Hijo de hombre, come lo que hallas; come este rollo, y ve y habla a la casa de Israel. Y abrí mi boca, y me hizo comer aquel rollo. Y me dijo: Hijo de hombre, alimenta tu vientre, y llena tus entrañas de este rollo que yo te doy. Y lo comí, y fue en mi boca dulce como miel. Luego me dijo: Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel, y habla a ellos con mis palabras.
Entonces, cuando decidimos ver como opcional el asistir a la Iglesia, deliberadamente nos estamos alejando de una de las fuentes de alimento para nuestro espíritu; y lo que sucede frecuentemente es que, al comenzar a dejar de congregarnos, también comenzamos a leer la Biblia esporádicamente hasta que de plano ya no la leemos ni oramos. En síntesis, dejamos de alimentarnos.
¿Qué sucede en estos casos? El hambre no se acaba, porque en cuanto comienzan los problemas buscamos a ver en dónde encontramos la solución; el problema de esta hambre crónica es la misma: no se siente, no se percibe, pero ahí está. Y entonces a veces nos lleva a buscar alimentarnos de lo que sea, hasta de lo que no es saludable.
Me ha pasado a veces que se me pasa el tiempo de preparar mi comida, y cuando ya la comienzo mi estómago me reclama comida urgentemente; entonces agarro y como lo que sea para engañar el hambre.
Por eso es tan peligroso cuando comenzamos a ver opcional la asistencia a la Iglesia.
La verdad es que no deberíamos esperar a que se cumplan estas palabras:
porque...Amós 8:11 escribió:He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.
Amós 8:12 escribió:E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán.
Aún hay tiempo:
Isaías 55:6 escribió:Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano.