Muy buenas noches.
Pues así como se lee en el título, el jueves de la semana pasada acudí a Urgencias de mi hospital para que me revisaran un lipoma que se infectó y se convirtió en un absceso abultado y muy molesto en la parte de enmedio de mi espalda. Resultó que ocupaba una intervención quirúrgica ambulatoria, y dos horas después iba de regreso a casa, manejando, con la vista casi nublada por el dolor... ¿Y cómo es que llegué a ese estado?
Pues hacía meses que me había aparecido un bultito, y entendí que era como un porito de la piel tapado. No molestaba, ni crecía ni disminuía, así que lo dejé esperanzada a que solo desapareciera.
Pues no fue así, sino que hace como semana y media comenzó a inflamarse y a ponerse molesto. Creí que poniéndome fomentos de agua caliente podría hacerlo madurar y que se reventara; todo con tal de no invertir tiempo en acudir al médico, por no tener que dejar de cuidar a mis nietos. Craso error. Lo único que logré fue lastimarme la piel, que de por sí ya estaba muy sensible.
Terminé yendo a Urgencias, y durante todo este proceso oraba preguntándole al Señor el motivo o propósito por lo que estaba permitiendo que esta bolita se agravara, y no sanara sola.
Estando en Urgencias, el joven médico que me atendió, tal vez por hacerme plática, comenzó a preguntarme qué diferencia había entre la Iglesia católica, y la Iglesia Metodista Libre (cuando le respondí a su pregunta de a qué me dedicaba ahora que me jubilé). Poco le pude responder, pues en ese momento ya me estaba poniendo las inyecciones de la anestesia... Qué ironía, te ponen unas inyecciones que arden como chile, para que a la mera hora de todos modos duela cuando extirpan el absceso, por tanta manipulación.
Aún en esos momentos de dolor agudísimo, cuando escarbaban y escarbaban afanados por extraer toda la pus y la infección, mientras oraba y clamaba al Señor para que me ayudara a soportar, una parte de mi mente aún seguía alerta tratando de descubrir el propósito del Señor por el que me llevó a esa sala de Urgencias.
Todavía después, cuando llegué a casa y no podía creer el dolor que sentía, mi mente poco a poco fue aclarándose, y llegué a la conclusión de que esa breve plática con ese médico era la clave de mi interrogante.
Todavía en la sala de Emergencias, ya de pie y muy mareada por el dolor, tuve que sacar fuerzas para preguntarle al médico dónde y cómo conseguir las gruesas gasas que necesitaría para estarlas cambiando. De forma rápida y resuelta, tomó decidido un montón de paquetes y me dijo: "Abra su bolsa", y las echó ahí. Cuando le pregunté balbuceante por la cinta para pegarlas, tomó el rollo de cinta que había usado, y también lo echó en mi bolsa. En ese momento vi a ese médico como un ángel enviado por el Señor... y lo hubiera creído de no ser porque sus preguntas teológicas de hacía un rato estuvieron floridamente salpicadas de malas palabras, dichas de una forma por demás natural y espontánea.
Bueno, después de unas horas el dolor fue cediendo hasta desaparecer casi por completo al anochecer. Entonces sentí que el motivo por el que el Señor me llevó a requerir atención en Urgencias, fue ese joven médico.
A partir de ese momento estuvo dando vueltas en mi mente, ¿cómo responder a sus preguntas?
Hoy, a pocas horas de nuestra siguiente cita para la curación y la sutura de la herida (que tuvieron que dejar abierta para que terminara de supurar), el Señor me inspiró para escribirle una carta que, por ás que me esforcé en que fuera breve, terminó siendo de tres páginas.
Oro al Señor para que la carta lleve la unción del Espíritu Santo, y que se cumpla el propósito por el cual el Señor me ha permitido pasar por este desconcertante trance de saber en carne propia lo que se siente deambular por unos días con una herida abierta...
Mañana, si Dios me lo permite, vendré de nuevo para reportar el resultado inmediato.
Pues así como se lee en el título, el jueves de la semana pasada acudí a Urgencias de mi hospital para que me revisaran un lipoma que se infectó y se convirtió en un absceso abultado y muy molesto en la parte de enmedio de mi espalda. Resultó que ocupaba una intervención quirúrgica ambulatoria, y dos horas después iba de regreso a casa, manejando, con la vista casi nublada por el dolor... ¿Y cómo es que llegué a ese estado?
Pues hacía meses que me había aparecido un bultito, y entendí que era como un porito de la piel tapado. No molestaba, ni crecía ni disminuía, así que lo dejé esperanzada a que solo desapareciera.
Pues no fue así, sino que hace como semana y media comenzó a inflamarse y a ponerse molesto. Creí que poniéndome fomentos de agua caliente podría hacerlo madurar y que se reventara; todo con tal de no invertir tiempo en acudir al médico, por no tener que dejar de cuidar a mis nietos. Craso error. Lo único que logré fue lastimarme la piel, que de por sí ya estaba muy sensible.
Terminé yendo a Urgencias, y durante todo este proceso oraba preguntándole al Señor el motivo o propósito por lo que estaba permitiendo que esta bolita se agravara, y no sanara sola.
Estando en Urgencias, el joven médico que me atendió, tal vez por hacerme plática, comenzó a preguntarme qué diferencia había entre la Iglesia católica, y la Iglesia Metodista Libre (cuando le respondí a su pregunta de a qué me dedicaba ahora que me jubilé). Poco le pude responder, pues en ese momento ya me estaba poniendo las inyecciones de la anestesia... Qué ironía, te ponen unas inyecciones que arden como chile, para que a la mera hora de todos modos duela cuando extirpan el absceso, por tanta manipulación.
Aún en esos momentos de dolor agudísimo, cuando escarbaban y escarbaban afanados por extraer toda la pus y la infección, mientras oraba y clamaba al Señor para que me ayudara a soportar, una parte de mi mente aún seguía alerta tratando de descubrir el propósito del Señor por el que me llevó a esa sala de Urgencias.
Todavía después, cuando llegué a casa y no podía creer el dolor que sentía, mi mente poco a poco fue aclarándose, y llegué a la conclusión de que esa breve plática con ese médico era la clave de mi interrogante.
Todavía en la sala de Emergencias, ya de pie y muy mareada por el dolor, tuve que sacar fuerzas para preguntarle al médico dónde y cómo conseguir las gruesas gasas que necesitaría para estarlas cambiando. De forma rápida y resuelta, tomó decidido un montón de paquetes y me dijo: "Abra su bolsa", y las echó ahí. Cuando le pregunté balbuceante por la cinta para pegarlas, tomó el rollo de cinta que había usado, y también lo echó en mi bolsa. En ese momento vi a ese médico como un ángel enviado por el Señor... y lo hubiera creído de no ser porque sus preguntas teológicas de hacía un rato estuvieron floridamente salpicadas de malas palabras, dichas de una forma por demás natural y espontánea.
Bueno, después de unas horas el dolor fue cediendo hasta desaparecer casi por completo al anochecer. Entonces sentí que el motivo por el que el Señor me llevó a requerir atención en Urgencias, fue ese joven médico.
A partir de ese momento estuvo dando vueltas en mi mente, ¿cómo responder a sus preguntas?
Hoy, a pocas horas de nuestra siguiente cita para la curación y la sutura de la herida (que tuvieron que dejar abierta para que terminara de supurar), el Señor me inspiró para escribirle una carta que, por ás que me esforcé en que fuera breve, terminó siendo de tres páginas.
Oro al Señor para que la carta lleve la unción del Espíritu Santo, y que se cumpla el propósito por el cual el Señor me ha permitido pasar por este desconcertante trance de saber en carne propia lo que se siente deambular por unos días con una herida abierta...
Mañana, si Dios me lo permite, vendré de nuevo para reportar el resultado inmediato.